Hace ya 15 meses, el 1 de agosto de 2019, por fin me operé de la columna, una artrodesis vertebral, pero para entendernos, que me tuvieron que poner una placa. Algo “sencillo”, pero con maguitos, todo necesita de una muy buena planificación, tiempo y una predisposición por parte de todos. Por suerte mis médicos son unos amores y es muy fácil contar con ellos. Así que todo empezó un año y medio antes, cuando mi neurocirujano mencionó la posibilidad de la operación, pero como más o menos me iba bien con los calmantes y como Maguito no contaba aún con dos años, lo pospusimos. Y bueno, a ver si adelgazando hacíamos algo.
Me puse a dieta y baje 15 kilos, pero el dolor no paraba de aumentar, hasta el punto que tomaba unos 8 calmantes al día, incluido un antidepresivo de esos que si lo dejas empiezas a alucinar. Y por fin el neurocirujano lo vio claro. Tuvimos una larga charla allá por mayo de 2019 sobre como sería la operación, cuánto podría tardar la recuperación, los posibles peligros y beneficios. Y nos pusimos de acuerdo para la fecha. El 1 de agosto, para que Papi Manitas pidiera eses mes de vacaciones y a mi me diera tiempo de estar al menos de pie para cuando Maguito comenzara el colegio. También hablamos con mi suegra para que se quedara con Maguito al menos los días que estuviera hospitalizada. Al hospital tenía que llevar un corsé ortopédico, lo bueno es que el que tenía guardado de cuando me partí las vértebras me servía perfectamente; y así no fuimos mentalizando de la que se nos venía encima.
Y llegó la fecha. Dejamos a Maguito en casa de la suegra por la mañana y por la tarde al hospital. Algo de nervios era inevitable, a fin de cuentas nunca se sabe lo que va a pasar en un quirófano, pero la confianza en mi neurocirujano es total y absoluta. Y como me dijo el de la Unidad del dolor: así aprovechas y te quitas el mono de los antidepresivos y veremos qué más.
En el preoperatorio las enfermeras casi se enfadaron conmigo porque había ido sin la resonancia. Una resonancia que no tenía porque mi médico no me la había pedido, y es que mi columna no es nada nuevo para él, pero eso no quitó que tuviera que decir que no la tenía unas 6 veces y algún “y qué quieres si no me la ha mandado”. El caso es que por fin llegó el anestesista y con él empezó la fiesta. Una espera eterna para Papi Manitas y un siestorro para mí.
Por supuesto, no me enteré de nada, pero al parecer fueron más de 4 horas. De lo que sí me acuerdo es de estar en la sala de despertar y que una oleada de DOLOR me sacara de la dulce inconsciencia como una bofetón. Primera vez que me ocurre algo así. Y luego más y más dolor. Para cuando me subieron a la habitación ya suplicaba para que me dieran algo, y eso que mi tolerancia al dolor es bastante alta. Lo malo es que no podían darme nada más. Y es que había sorpresa. En teoría me iban a poner una placa, pero al abrirme, el médico encontró con que otra vértebra estaba echa polvo, y ya que estaba, pues otra placa y unos cuantos tornillos más. ¿Qué es un 2×1 entre amigos?
Fueron unos días muy, muy malos. De verdad. Me arrepentí de operarme, de hacerle caso a los médicos y hasta de haber nacido. Y es que no podía moverme para nada y no estaba de humor para nada, y ya sabemos todos que el tiempo en el hospital transcurre de forma diferente. Pasaron un par de días y ya pude levantarme al baño. Bueno, que Papi me cogiera para mantenerme de pie mientras yo me arrastraba a milímetro por minuto más o menos. Y todo ello con el corsé. Modelito ideal súper fashion. Así fueron otro par de días hasta que pude dar un par de pasos solita. A ver. Pasos, pasos, no eran, pero al menos me mantenía de pie y avanzaba. Sí, como un bebé que aprende a andar, tal cual.
Y para casa. Un mes en cama y solo pudiendo levantarme para lo imprescindible, con el corsé. Decidimos dejar a Maguito unos días más con la abuela, mientras Papi Manitas veía como organizarse con dos dependientes a los que atender.
Por fin al décimo día fue a recoger a Maguito. Papi tuvo que atraparle casi al vuelo porque su primer impulso fue saltar sobre mí, y eso que le había ido advirtiendo que no podía hacer esas cosas. El pobre mío se quedo sentadito a mi lado dándome mimitos y preguntando. Le contestamos lo mejor y más sinceramente que pudimos y le involucramos haciendo que ayudara con las curas. Fue algo que le gustó y le sirvió para darse cuenta de lo que estaba ocurriendo.

Fueron pasando las semanas y me fui levantando cada vez mas. En las revisiones todo salía bien y realmente ya no necesitaba los calmantes así que perfecto. Al mes más o menos tocó quitar las grapas, la mitad primero y a Maguito le encantó ver cómo me lo hacían y hasta le agradeció a la enfermera. Yo también, porque fue un amor. La segunda retirada fue un pelín más brusca, y es que la cicatrización había avanzado un poquito de más, pero sin quejas tampoco. Y Maguito igual de entusiasmado.
Se quedó un poco triste cuando ya no había más curas que hacerme, así que me ayudó a darme la cremita para que la cicatriz no quedara tan mal.

Y empezó el curso, y yo era la Mami robot to tiesa con mi corsé. La que le decía a su peque que no podía cogerle y que tampoco podía agacharme. Y es que en mes y medio, no podía hacer mucho más que llevar a Maguito al cole, recogerle y hacer la comida. Y estar el resto del tiempo tumbada.
A los tres meses ya tuve permiso de estar sentada, pero tampoco mucho, aún no podía hacer demasiado, pero bueno íbamos por buen camino y Maguito podía sentarse en mis piernas al menos.
A los seis meses ya pude empezar la rehabilitación. En la piscina. Y tener cuidado con cargar, golpes y forzarme, que los músculos se habían recuperado bien pero los huesos aún estaban tiernos.
Antes de los 9 meses empezó la pandemia y el confinamiento, pero ya sólo me ponía el corsé para caminar, conducir y poco más. Y con los calores que hacen siempre por aquí fue un auténtico alivio. A los 9 meses el médico me dijo que me lo pusiera solo para conducir y si quería. Tiempo me faltó para esconderlo en el último cajón. Lo hubiera quemado, pero nunca se sabe si se puede llegar a necesitar en el futuro.
Maguito lo celebró lanzándose a mis brazos desde una silla, testigos fueron sus compis y su profe, así que tocó otra charla en familia para explicarle que Mami estaba fuerte, pero que la pupa era para siempre y que habrá cosas que nunca más podré hacer, y ahí está la cicatriz de recordatorio eterno.
Ahora que pasó el año y algo más… agradezco haber pasado por todo eso, incluyendo lo que han pasado tanto Papi Manitas como Maguito. Y es que me libré de todas y cada una de las pastillas, de la cojera y de un dolor que me transformaba en algo inhumano, tirando hacia una gelaticubo o así. Hay veces en las que me siento culpable por haber obligado a Maguito a madurar, aunque hay otras en las que recuerdo que la vida no es siempre ideal y es mejor aprender a ser responsable de pequeños.
Aún me queda camino, a pesar de tener el alta definitiva. Hay que seguir vigilando, porque aunque todo este bien, no tengo una columna sana y mis músculos y nervios están tocados, de ahí que alguna vez que otra me “encasquille” y me quede toda doblada. Lo que significa fortalecer lumbares y abdominales para quitarle algo de trabajo a la columna y por mi tendencia a engordar, a dieta de por vida. Lo que haga falta para seguir bien y para reencontrarme con el doctor de la Unidad del dolor cuanto más tarde mejor (cuando fui a verle para “despedirme” ya me dijo que volvería más tarde o más temprano) a pesar de que me cae genial.
Así que si vais a someteros a cirugía mayor con una larga y lenta recuperación, hablad con vuestros peques, saciad su curiosidad y repetirlo tantas veces como lo requieran. Os sorprenderán.
